Un viaje imprevisto me saltó una mañana, que asumí con los malabares de la improvisación. Casi genuina en una conducta que sortea los accidentes de las circunstancias. Lo paradójico, son los trasfondos comparativos de los espacios, la versatilidad de las estaciones, las transmutaciones del tiempo y un rosario de invitaciones a oportunidades tangibles que seducían cualquier vergel.
De visita a Colombia por asuntos familiares, resulto de provecho para los menesteres personales y políticos con medianos y fallidos éxitos; en fin, la suerte nunca llega completa. Lo indiscutible; es que, los acontecimientos ajenos a los deseos se imponen; cuan evidencia, una pandemia azarosa que juega su propio tablero y que nos pone a pulular entre el resguardo y la incertidumbre
En definitiva, y dentro de las limitaciones impuestas, toco recrear la realidad; es así como aproveché lo que tenía al alcance; relajar la presión, evadir la realidad, graduar la observación para registrar imágenes que la óptica considero relevante, afine el oído para escuchar los pequeños y perdidos sonidos y pese a mi alergia olfativa, pude captar algunas fragancias exuberantes.
Entre supersticiones del ayer, hoy y mañana, se reflejo el paso de un infierno a un paraíso momentáneo y viceversas; lo cierto es que se terminó el tiempo relativo y ya refrescado, aromatizado, relajado y despejado toca retomar a las primeras líneas de combate, pese al reproche de intensiones cariñosamente expuestas y de otras perversamente diseñadas en la oscuridad de los detractores.
Llegar a este paisaje sucumbido en la irrita miseria, encontrar la soberbia de nuestros verdugos y ver la ceguera de las jaurías de sanguijuelas multicolores. Se desprenden algunas interrogantes comparativas, indistintamente en dónde se ubique, entre las dos orillas del río. ¿Por qué volver? ¿Por qué no quedarse? ¿Por qué no devolverse? Etc. Etc.…
La carencia de una aventura fortuita se encuentra en los pasillos de los rieles; pero como siempre, la solidaridad da sus partos naturales, desde familiares hasta los parroquianos extraviados, la voluntad se desprende de forma descarnada, brindando la humanidad de sus entrañas, para dejarme libre el curso de los caminos. De ellos traigo un talego lleno de aromas de sacrificio, de sonrisas impetuosas, de miradas de ensueños. Cuando los vi a los ojos, me mostraron las cicatrices de la dictadura, el dolor se desembaraza entre líneas y se conjugan con los delirios de un mejor mañana. Con sincero agradecimiento partí y ese talego es un compromiso que ha de honrarse con la liberación de nuestro pueblo y el retorno de nuestros hermanos errantes.
Nací en una calle llena de muchas alegrías, en una familia llena de esperanzas. Dónde los sueños y las utopías no se cansan, no mueren, no se extingue. Quizás se trasmuten en una dialéctica cualitativa, quizás se repliegue en movimientos tácticos sorpresivos. Pero mientras haya una brecha en el sendero, el camino de la lucha, la resistencia y la rebeldía se nos imponen como un deber humano.
Regreso a Venezuela con la firme convicción de que es posible una nueva Venezuela, que si es posible lograr la unidad ciudadana, que si es posible tener una Venezuela de progreso, democrático, de desarrollo y bienestar social.
A nuestros hermanos que permanecen desplazados en el exterior, les queda la difícil tarea de subsistir y seguir apoyando a sus familiares económicamente; pero también, tienen el deber de organizar la resistencia internacional contra la dictadura y sumar la solidaridad de los pueblos del mundo a nuestra causa.
A luchar hasta derrocar la dictadura...
Reynaldo J. Cortes G.