El páramo
de Belén
Carlitos
como todos los días se despertaba a regañadientes para ir al liceo, su madre,
quien lo alistaba antes de irse al trabajo se esforzaba por tenerle listo y al
momento su equipamiento; desayuno caliente, zapatos recién lustrados, dinero
para el pasaje, merienda, el bulto ordenado, su ropa muy pulcra y bien
planchada. Parecía un niño rico viviendo en una humilde casa en los suburbios
de la ciudad.
El
muchacho era hijo único y de madre soltera, lo que lo convertía en un
adolescente sobre protegido y mimado. Contó con el gozo de sus pretensiones
desde niño; de ahí, un dominio infalible sobre su progenitora al extremo de
rayar en lo vil, solo le bastaba formar un berrinche para que María corriera
atender sus caprichos. Es así, como lo tuvo todo a mano; los mejores juguetes
que quería, las comidas que deseaba, los paseos que se le ocurría, fiestas
despampanantes y las tecnologías, ropas y zapatos a la moda. Su pobre madre en
una expiación de culpas por una soledad involuntaria se refugió en su hijo, a
quién le había puesto empeño desde su nacimiento satisfaciendo todos sus
antojos y gustos al extremo de sacrificar cualquier proyecto personal e incluso
interés en sí misma.
*
Eran
las seis y cuarto de la mañana y los obreros estaban aun en el portón. Pese que
iba con retraso María diviso el tumulto de obreros que todavía estaban afuera,
pensó que se trataba de alguna huelga imprevista o el desenlace de algún
siniestro, por lo que aligero el paso con incertidumbre mientras era invadida
paulatinamente por sensaciones fatalistas y que al sumarse a la muchedumbre se
transformaron en vértigos desconcertantes, espasmódicos escalofríos y
bituminosas sudoraciones. En una mirada aérea pudo distinguir los rostros de
ánimos sombríos, melancólicos e iracundos de sus colegas dentro de una
aglomeración que la aturdía, intento buscar sus compañeras de taller y al no
dar con ellas decidió acercarse a la entrada e investigar porque de la
retención, fue entonces cuando se percató de la dimensión de la situación, las
puertas de la empresa estaban condenadas con cintas amarillas y un cartel
anunciaba: “Esta empresa se declara en quiebra”. María atónita y con los
nervios quebrados se le humedecieron los ojos y sin otra reacción se retiró
casi corriendo.
*
Durante
el último trimestre del año la familia Gonzales se iba quedando sola en la
vieja vereda. La crisis económica y la represión dictatorial hacían estragos en
los sectores más pauperizados del país, lo que produjo que gran parte de las
familias que allí habitaban incluyendo los mejores amigos de Carlitos migraran
poco a poco a países vecinos.
María
seguía sin trabajo formal y de a poco se sostenía limpiando, planchando y
lavando a particulares. El bum del éxodo recorría como fantasma en todos los
estamentos de la población, por lo que Carlitos no tardaría en empeñarse en
exigirle a su madre la ambición de emigrar también. El chicho paso una semana
completa obstinando a su madre con la idea, y aunque ella se resistía con
indiferencia, la hostilidad subía de tono cada día que pasaba hasta que la
desdichada y angustiada mujer cedió a las ambiciones del muchacho. Vendió los
enseres y la casa, contacto con unas amigas que estaban en el país vecino para
que los recibieran y les ayudara a conseguir trabajo para finalmente emprender
el peregrinaje.
*
Con
el poco dinero, comida e inapropiadas vestimentas lograron llegar a la
frontera, de allí les toco caminar con un grupo de migrantes que también huían
de la pobreza y la miseria hasta que un camión de papas los recogió hasta las
cercanías del páramo. María, Carlos y las otras familias privados por el hambre
se vieron sorprendidos por los últimos destelles del día, desaseados y entre
una disputaba por el temor de la noche y un destino aun lejano no les quedó otro
remedio que avanzar con la fe de cumplir sus designios; sin embargo, mientras
más ascendían, las piernas de María comenzaban a desfallecer, deliraba de frío,
los ojos se les enrojecieron y su cuerpo empezaba afiebrar hasta que se
desplomo.
La
noche se desnudaba de cualquier luna, una espesa neblina los absorbía sin
clemencia, las esperanzas se desboronaban ante una carretera inhóspita y
desolada en la que no transitara alma alguna. La caravana se vio forzada a
parar y buscar abrigo en unos matorrales a la orilla de la vía para atender la
moribunda. Los errantes anónimos exaltados por la angustia socorrían dando
calor a la desahuciada mujer a la que su hijo aterrado se le incorporo
abrazándola en un intento de apaciguar las dolencias y hacer sudar la fiebre;
entre delirios y titiriteos perturbadores, madre e hijos quedaron dormidos en
un ambiente de lúgubres destinos.
A
la mañana siguiente, la bruma se disipo desde muy temprano, el clima gélido se
había menguado y esporádicos vehículos hacían su presencia. Carlitos, quien
yacía en el regazo del cuerpo de la que le había dado todo en su vida despertó
con los albores de la aurora; no quería abrir los ojos por el terror que le
suspendía una inerte y frialdad en aquella densidad sutil. Trato de disimular
los malos presagios, pero al subir la testa comprobó que su madre había
fallecido de frío en el páramo dejándole solo un rostro angelical, una sonrisa
en los labios y un rocío de llanto en sus ojos.
Fin
Autor:
Reynaldo J. Cortés G.
Una realidad que se vive en la actualidad. Me gustó mucho la descripción que usted le ha dado a tan cruel situación.
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