martes, 23 de febrero de 2021

 

El páramo de Belén

 

Carlitos como todos los días se despertaba a regañadientes para ir al liceo, su madre, quien lo alistaba antes de irse al trabajo se esforzaba por tenerle listo y al momento su equipamiento; desayuno caliente, zapatos recién lustrados, dinero para el pasaje, merienda, el bulto ordenado, su ropa muy pulcra y bien planchada. Parecía un niño rico viviendo en una humilde casa en los suburbios de la ciudad.   

El muchacho era hijo único y de madre soltera, lo que lo convertía en un adolescente sobre protegido y mimado. Contó con el gozo de sus pretensiones desde niño; de ahí, un dominio infalible sobre su progenitora al extremo de rayar en lo vil, solo le bastaba formar un berrinche para que María corriera atender sus caprichos. Es así, como lo tuvo todo a mano; los mejores juguetes que quería, las comidas que deseaba, los paseos que se le ocurría, fiestas despampanantes y las tecnologías, ropas y zapatos a la moda. Su pobre madre en una expiación de culpas por una soledad involuntaria se refugió en su hijo, a quién le había puesto empeño desde su nacimiento satisfaciendo todos sus antojos y gustos al extremo de sacrificar cualquier proyecto personal e incluso interés en sí misma.

*

Eran las seis y cuarto de la mañana y los obreros estaban aun en el portón. Pese que iba con retraso María diviso el tumulto de obreros que todavía estaban afuera, pensó que se trataba de alguna huelga imprevista o el desenlace de algún siniestro, por lo que aligero el paso con incertidumbre mientras era invadida paulatinamente por sensaciones fatalistas y que al sumarse a la muchedumbre se transformaron en vértigos desconcertantes, espasmódicos escalofríos y bituminosas sudoraciones. En una mirada aérea pudo distinguir los rostros de ánimos sombríos, melancólicos e iracundos de sus colegas dentro de una aglomeración que la aturdía, intento buscar sus compañeras de taller y al no dar con ellas decidió acercarse a la entrada e investigar porque de la retención, fue entonces cuando se percató de la dimensión de la situación, las puertas de la empresa estaban condenadas con cintas amarillas y un cartel anunciaba: “Esta empresa se declara en quiebra”. María atónita y con los nervios quebrados se le humedecieron los ojos y sin otra reacción se retiró casi corriendo.       

 

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Durante el último trimestre del año la familia Gonzales se iba quedando sola en la vieja vereda. La crisis económica y la represión dictatorial hacían estragos en los sectores más pauperizados del país, lo que produjo que gran parte de las familias que allí habitaban incluyendo los mejores amigos de Carlitos migraran poco a poco a países vecinos.

María seguía sin trabajo formal y de a poco se sostenía limpiando, planchando y lavando a particulares. El bum del éxodo recorría como fantasma en todos los estamentos de la población, por lo que Carlitos no tardaría en empeñarse en exigirle a su madre la ambición de emigrar también. El chicho paso una semana completa obstinando a su madre con la idea, y aunque ella se resistía con indiferencia, la hostilidad subía de tono cada día que pasaba hasta que la desdichada y angustiada mujer cedió a las ambiciones del muchacho. Vendió los enseres y la casa, contacto con unas amigas que estaban en el país vecino para que los recibieran y les ayudara a conseguir trabajo para finalmente emprender el peregrinaje. 

 

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Con el poco dinero, comida e inapropiadas vestimentas lograron llegar a la frontera, de allí les toco caminar con un grupo de migrantes que también huían de la pobreza y la miseria hasta que un camión de papas los recogió hasta las cercanías del páramo. María, Carlos y las otras familias privados por el hambre se vieron sorprendidos por los últimos destelles del día, desaseados y entre una disputaba por el temor de la noche y un destino aun lejano no les quedó otro remedio que avanzar con la fe de cumplir sus designios; sin embargo, mientras más ascendían, las piernas de María comenzaban a desfallecer, deliraba de frío, los ojos se les enrojecieron y su cuerpo empezaba afiebrar hasta que se desplomo.

La noche se desnudaba de cualquier luna, una espesa neblina los absorbía sin clemencia, las esperanzas se desboronaban ante una carretera inhóspita y desolada en la que no transitara alma alguna. La caravana se vio forzada a parar y buscar abrigo en unos matorrales a la orilla de la vía para atender la moribunda. Los errantes anónimos exaltados por la angustia socorrían dando calor a la desahuciada mujer a la que su hijo aterrado se le incorporo abrazándola en un intento de apaciguar las dolencias y hacer sudar la fiebre; entre delirios y titiriteos perturbadores, madre e hijos quedaron dormidos en un ambiente de lúgubres destinos. 

A la mañana siguiente, la bruma se disipo desde muy temprano, el clima gélido se había menguado y esporádicos vehículos hacían su presencia. Carlitos, quien yacía en el regazo del cuerpo de la que le había dado todo en su vida despertó con los albores de la aurora; no quería abrir los ojos por el terror que le suspendía una inerte y frialdad en aquella densidad sutil. Trato de disimular los malos presagios, pero al subir la testa comprobó que su madre había fallecido de frío en el páramo dejándole solo un rostro angelical, una sonrisa en los labios y un rocío de llanto en sus ojos.

           

Fin

 

Autor: Reynaldo J. Cortés G.

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"Pude quemar los barcos al llegar a los muelles; pero la luna plateada me deslumbró las pupilas cansadas; a la postre termine contempla...