miércoles, 16 de junio de 2021

 El ZAGUÁN (I)

Hay zaguanes de todos los tamaños y gustos; los hay versátiles y rigurosos, anchos, altos, angostos y bajos; feos y bonitos; de vivos mosaicos o fúnebres colores; se consiguen con paredes de bahareque o muy bien frisados; sin techos o con terraza de concreto; de entrada o salida los hay con muros o sencillas ventanas; con piso de tierra o de finos porcelanatos; hay zaguanes bien iluminados y otros en plena penumbra; los hay bien adornados y otros con miseros trastes; los hay en físico o en espacios imaginarios –pero los hay– y más en estos tiempos de complejidades intrínsecas. A la postre todos son zaguanes, diversificados por la estética de sus ocupantes.

El zaguán es el espacio intermedio entre lo exterior y lo interior, podría ser también una especie de umbral entre lo viejo y lo nuevo, una estación estática de encrucijadas acreditadas o desconocidas y dentro de su ambigüedad taciturna no hay coordenadas, no hay norte ni oeste, sur o este.   

            En ese túnel inédito hay de todas las especies –tantas– pero iguales, que cada es una entre todas. Lo extravagante es que la fauna sobrevive en un ecosistema apocalíptico recreado con la comedia de un narcisismo sin escrúpulos, la fanfarrea de trasvestis de la política y la resistencia de una legión de cándidas siluetas.    

Date un salto y quiebra la pecera…

Reynaldo J. Cortés G.

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