lunes, 21 de octubre de 2019
Microcuentos: Historias Negras en el país de la alegría (I)…
Rigoberto salió de casa muy temprano a botar la basura como todos los días, lo vi algo cabizbajo, lento, espasmódico; cosa que es inusual en él. Este hombrecito de espíritu aguerrido y alegre temperamento había destinado para este día, desprenderse de una de sus pertenencias más preciadas, –la dignidad, la esperanza, los sueños–.
Ante la acción vista, sentí pena, y hasta miedo.
A media mañana salió nuevamente. Su aspecto era tétrico, encorvaban sus hombros, y su mirada se perdía como recogiendo los pasos. No pude evitar perseguir su destino con cierto morbo para superar las intrigas.
Rigoberto se dirigió a la registraduria de cobardes, para enrolarse en el engranaje corporativo de la dictadura. Al llegar allí; la cola era larguísima con mucha gente que esperaba su turno para el alistamiento. De un vistazo, se podía divisar la presencia de algunos travestis y pordioseros de la política, lumpen, holgazanes y chulos, guerrilleros del teclado, esquiroles, delincuentes y estafadores, charlatanes de esquinas y algunos académicos y eruditos de cafetines. El local era sucio, lúgubre y la bulla era insoportable.
Pese a que estaba a las afueras del recinto, nunca perdí de vista a Rigoberto, quien en plena cola a sol radiante, sufrió una crisis de nauseas y vértigos. En su palidez y desconcierto, afloro sus raíces rebeldes que lo llevaron a expresar su incomodidad, ante la espera que producía, la burocracia de funcionarios obesos, de rostros viscosos y desaliñados; la muchedumbre se asombro con terror, la algarabía silencio, las miradas se centraron en aquella figurilla confundida y extenuada. Rigoberto registro los ojos de cada bastardo con detenimiento, y entendió, que ese no era su lugar, que cometió un accidente, que debía ir por sus sueños, sus esperanzas y su dignidad; para seguir luchando en las condiciones que fuera hasta lograr la libertad. Me acerque a él, y le dije que éramos más que ellos, que solo faltaba unirnos y rebelarnos hasta lograr la victoria.
Por Reynaldo J. Cortes G.
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